UN PEIRóN. EL DE SAN MIGUEL EN HUESA DEL COMúN
Parafraseando al Quijote, mito literario al que siempre se vuelve, el ejercicio de la Arquitectura Andante, nos ha llevado a conocer lugares, monumentos, edificaciones singulares; prácticas constructivas de antaño que no han dejado ejecutantes supervivientes que nos las puedan explicar. Es por ello que el profesional sensible, aunque urbano y urbanita, cuando el azar, vía encargo, le lleva ante una muestra de la relación anterior, en un paraje rural, siente ante todo curiosidad, que es la causa primera del conocimiento. Segundo, no menos importante que lo anterior, un deseo de comprender. No es tanto la necesidad de conocer la razón última del porqué de esa obra, ¿con qué fin, para qué…? Es comprender la obra en sí misma: ¿Cómo está hecha? ¿Cuáles son sus proporciones? ¿Cómo representarla? El geómetra avezado ha de poner todo su saber hacer, su experiencia, sus aptitudes, en fin; su inspiración y su sensibilidad al servicio de esa representación. Porque esa es nuestra función, es a lo que nos dedicamos; representar la realidad o las ideas. Se impone no perder nunca de vista el sentido de la proporción, entendiendo ésta como la adecuación de dicha representación al fin que se persiga y a los recursos que se entienda razonable emplear. Deshaciendo el galimatías, aclaramos que a veces será adecuado una idealización de la obra, esto es; reducirla a los trazos mínimos que asuman su personalidad y la hagan identificable y diferenciada de cualesquiera otra y en otras, poniendo el ejemplo más alejado del anterior: hacerlo, representando hasta el mínimo detalle. Habría un tercer sentimiento ante la obra a analizar; este es el de agradecimiento hacia quien la ha puesto en tu camino, a quien te ha llevado a conocerla.
Esos tres estados del alma sentimos ante el Peirón de Huesa del Común,; los dos primeros, ipso facto y en directo; el tercero, como se cita en las Escrituras, vino por añadidura.
Pero, ¿qué es un peirón? Definámoslo de a poco. Como si de una adivinanza se tratara en la que se van conociendo pistas. Yendo de lo general a lo particular, es ante todo una obra. Por añadidura es un monumento. Recuerda a un monolito, del cual es heredero, casi con certeza. No es un pilón; definirlo así sería una simplificación burda, aunque pueda tener algo de éste. Tampoco pilar parece una definición acertada, aunque puede ayudar como aproximación. La palabra peirón, de la fabla aragonesa, no ha pasado al castellano, siendo su equivalente más aproximado el de cruz de término. Las regiones limítrofes del este de Aragón, escisiones del antiguo Reino, en sus lenguas vernáculas recogen las voces de peiró en valenciano y pedró en catalán.
En cuanto a su tipología arquitectónica, diríamos que es un monolito construido en piedra o ladrillo, con la particularidad de que tiene una hornacina en la que se aloja una imagen o una cruz. Se localizan, por lo general, en las proximidades de algunos pueblos, junto a caminos o cruce de ellos. Puede ocurrir que la población, con el devenir de los años, haya crecido y absorbido al peirón, encontrándose este dentro del casco urbano. No es nuestro cometido profundizar en la finalidad de tales construcciones, aunque por lo que tenemos leído en publicaciones que inspiran confianza, cumplían una doble funcionalidad; estas son: primera, la de señalizar inicio o confluencia de caminos y segunda, un carácter vocacional. Son testimonios de la religiosidad popular de otrora, cuya intención era la de bendecir en su camino al viajero que partía o al vecino que acudía a sus labores. Suelen ser de apariencia modesta por lo que se colige que serían costeados por particulares, por promesa o vocación.
El de Huesa del Común, de los dos que quedan en pie, el llamado de San Miguel, tuvimos la ocasión de visitarlo cuando estaba casi terminada su restauración, con el andamio aún puesto, lo que facilitó nuestra labor. Después tuvimos ocasión de consultar un histórico de fotos, en el que se observa el deterioro y el abandono en el que se hallaba, después el periodo crítico en el que la amenaza de colapso era evidente; aparte del desprendimiento de piezas de ladrillo y del relleno que el aparejo de ladrillo contenía, estaba ya inestable, con una inclinación que, escala aparte, recordaba a la Torre de Pisa. En otra serie de fotos, se observa los primeros tímidos apuntalamientos: un tablón por cara y un puntal. Después ya vino la intervención de urgencia, con un empresillado metálico, esto es; un encamisado o corsé para consolidar la obra y evitar su derrumbe inminente, acometido por el Servicio de Patrimonio del Gobierno de Aragón y posteriormente, en 2017, la Consolidación y Restauración por la Dirección General de Cultura y Patrimonio. La empresa adjudicataria de las Obras es Construcciones y Excavaciones Lecha.
Está fue, está siendo todavía, una intervención de urgencia. La dirección de obra, le fue adjudicada al equipo de arquitectura de Joaquín Andrés, con quien colaboramos para las obras singulares. Hasta aquí hemos hablado de cuestiones anteriores a nuestra intervención.
Teniendo el monumento estabilizado y restaurado a falta de algún retoque y terminar el elemento de cubierta, cuya solución final se está decidiendo ahora en función de restos hallados, se pide nuestra anuencia para realizar un levantamiento de planos de la obra, con el fin de tenerla perfectamente documentada.
Llegamos una mañana de agosto, tras cruzar un pequeño cauce de agua en coche, lo cual añadió su pizca de aventura, al paraje donde se enclava el monumento, al final de la Vega, junto al camino de Blesa en el turolense municipio de Huesa del Común. Fue ésta una visita para un fin concreto, esto es; tomar datos para el levantamiento. La singularidad de la obra nos absorbió tanto que tuvimos que sacrificar, el tiempos siempre viene pautado, una corta visita al pueblo.
Se nos apareció, tras los andamios y sobre una grada de dos peldaños de piedra, una fábrica de ladrillo esbelta, de inspiración barroca y guiños mudéjares. Al acercarnos, comprobamos su bella factura a base de ladrillo cocido de la zona, evidentemente manual y aparejado a soga y a tizón. Consta, como se recoge en la imagen, de las siguientes partes: grada de piedra, basa, fuste, edículo o baldaquino y tejadillo. Entre la basa y el fuste y entre éste y el baldaquino hay un collarino resuelto con ladrillo aplantillado dispuesto a sardinel. También la cornisa está resuelta parcialmente con esta solución.
Consultado este patio de vecindad, amén de fuente de información, que resulta internet, observamos que no solo la prensa, sino eruditos, historiadores, interesados y amantes del fenómeno, han abordado el tema de los peirones y en particular el de Huesa del Común. Nos ha resultado especialmente atractiva, sin desmerecer al resto, la aportación de don Miguel Ayete Belenguer. La nuestra no tiene más valor añadido que la aportación geométrica que, a veces, la descripción literaria no alcanza a explicar completamente. Entendemos que las torturas a las que ha sido sometido el monumento: doble inclinación, hacia el este y hacia el sur, provocándole una torsión; desmoronamiento; cesión de la base de apoyo; encorsetado y enderezamiento, reconstrucción de la grada, han provocado una alteración en el dimensionado de la obra, en concreto la altura. Sin llegar a la de 7,20m., leída en no pocos foros, a falta del material de cubrimiento, confío en que no por ello, deje de ser el peirón más alto de Aragón.
Manuel Geómetra.
Soy Miguel Ayete y no estoy de acuerdo con lo que se dice sobe la grada: » una grada de dos peldaños», La grada original, se puede ver en fotografía y así estaba antes de comenzar con el corsé metálico, constaba de tres gradas, en la cara oeste, por la inclinación del terreno apenas inapreciable, pero no en las otras tres caras.La restauración apenas ha consolidado parte de la cara norte, omitiendo, al menos, las otras dos. Puede ser que al desprendimiento de la cara este de su base, los materiales cubriese ese tercer escalón de esa cara y al retirar los «escombros» (materiales desprendido) se quitase también la citada tercera grada y que luego no se repuso.
Don Miguel Ayete: Me he tomado un tiempo en responderle, pues quería ver el monumento acabado. Me asombró su comentario en que negaba mi descripción de una grada con dos peldaños, pues así era y así se recoge en la documentación fotográfica del momento en que se hallaba cuando la visité. En ningún momento he negado lo que usted describe, diciendo que en su día hubo tres peldaños. Yo no lo he podido comprobar, pero doy crédito a su descripción. Si tiene la curiosidad de visitar el monumento, tal y como ha quedado terminado, observará que han terminado haciendo una solución a mitad de camino; ni para usted ni para mí. En dos de los cuatro lados de la basa hay dos peldaños (sur y oeste) y en los otros dos lados, (este y norte) han añadido un peldaño, deduzco que para emplear todos los sillares de que disponían. Atentamente:
Manuel Salvador