LOS SILOS DE BURJASSOT, ESE SUPERVIVIENTE MALHERIDO.
Al geómetra paseante y escribidor, cuando tuvo noticias, allá por los ochenta del siglo pasado, de la titularidad del monumento: es de Valencia, pero está en Burjassot, le vino a las mientes, una imagen fugaz cual disparo, flash dicen los que no les importa salpimentar el castellano. Imagen cartográfica: el Rincón de Ademuz es una tierra valencia recortada de los territorios de Cuenca y Teruel. Una isla interior. ¡Vaya comparación!, exclamará algún lector contrariado. Seguramente tendrá razón, pero aquí lo dejo como reflexión de mi mocedad.
Los Silos de Burjassot, enclave singular en un pueblo con aspiraciones de ciudad, para el común de los habitantes y de los paseantes de la vecina Godella, es un espacio democrático lúdico-festivo, de meditación o de jolgorio, en el que el individuo se inicia desde la infancia, sin darse cuenta, de forma irreverente al principio, como debe de ser, sin tener la impresión de que se penetra en un sacrosanto lugar que intimida, sino en un área de libertad. Esa sería su parte superior, aérea y al aire libre, sin preocuparnos de la redundancia; el Patio de san Roque. Tiene otra parte subterránea y misteriosa, laberíntica quizás de pasadizos y antiguos depósitos “para no pasar hambre”, reproduzco la etiqueta de maese Javier Martínez.
Aclarando lo anterior, para quien no conozca el enclave: desde el Paseo de Concepción Arenal, zona de esparcimiento y de cafeterías con terraza, se entraría, a pie plano, por una puertecilla, al conjunto de silos o depósitos de grano. Usamos el condicional “entraría”, porque es un espacio escasamente accesible. Así, el visitante frustrado, se quedaría ante un imponente muro de mampostería, de importante altura y espesor, sobre el cual se situa el llamado Patio de San Roque, enorme plaza pavimentada con losas de piedra. Subiendo por una escalinata al mentado patio, aparte de las losas descritas aparecen los tetones o tapas de los pozos o silos. El botánico Cavanilles contó 41 y el historiador Martínez Aloy, 43. El Geómetra andante y escribidor, que vivió cabe ellos unos años, jamás los contó, luego no se postula para deshacer la discrepancia.
Tras esta exposición descriptiva, y tras la gota fría caída en la madrugada del 17 al 18 de septiembre, nuestro personaje, el visitante frustrado tampoco vería entero el muro ciclópeo antes descrito, sino un túmulo de escombros, piedras y sillares.
Crónica de una muerte anunciada, dicen las voces indignadas de los vecinos más beligerantes. Será así. El Geómetra no posee elementos objetivos de juicio para desmentir ni para corear. Pero aun reconociendo la fuerza de la tormenta, el poder devastador del agua cuando el cielo colérico la escupe con virulencia, el desmoronamiento de toneladas de mampostería y rellenos, no ha sido una fatalidad, una desgracia fortuita, arbitraria… El refranero aporta razones que son de aplicación al caso: la gota que colma el vaso, llueve sobre mojado, etcétera.
No está muerto el monumento, pero sí malherido. Deducimos que el debate ahora, se abrirá entre una intervención de urgencia y una bien estudiada, siendo respetuosos con la obra original, sin aportar elementos impropios o minimizándolos.
Completamos esta crónica, aludiendo al misterio de la Trinidad; tres personas en una sola sustancia. El Paseante nos ha llevado hasta el pie del muro desmoronado; el Geómetra toma su cuaderno de tapas negras, dibuja y croquiza; el Escribidor evoca.
Evoca tiempos de mocedad que reviven como rebeldía al estado muriente del edificio, en el que sus lajas de piedra acogieron las primeras pisadas emancipadoras de juventud, conciliábulos de pandilla, primeros pitillos amparados en el anonimato que da la vastedad del espacio, acaso unos primeros besos robados o consentidos y la frustración de otros que no se consintieron ni se dejaron robar.
Los Silos de Burjassot o el Patio de san Roque, tanto monta, monta tanto, ha sido, precisamente por su condición aérea, abierto a todos, un espacio vivido y transitado; disfrutado y gozado, que infundía su respeto conforme se le iba frecuentando y conociendo, es decir; el respeto venía cuando ya se le amaba, Por lo tanto un respeto amable que no tiraniza como un monumento que se abre al público unas pocas horas y no se sabe qué hacer con él.
El lugareño o el visitante simplemente transitaba por él, sin la impresión apriorística de que se pisoteaban piedras venerables, sino con la frescura que concebir que los sublime no es para venerarlo, antes bien; para disfrutarlo.
El Escribiente-Paseante lo excluyó de su Paseo Sentimental en el presente evocando el pasado, pues consideraba que el espacio merecía capítulo específico.
Pues bien, el momento ha llegado. ¡Qué lo ha provocado? ¿Ha sido la fatalidad, la gota fría, la desidia de quienes tenían que cuidarlo, o tal vez, la laxitud del Escribiente que precisaba de una provocación para hacerlo?
Querido Patio de San Roque, ¡que te trate un buen equipo de cirujanos, tengas una buena rehabilitación y un mejor y secular mantenimiento!
Manuel Geómetra.
Tu artículo me ha resultado útil. Es muy informativo y
obviamente estás muy bien informado en esta área.
Usted me ha abierto los ojos a diferentes puntos de
vista sobre este tema con contenido interesante y sólido.
Gracias Marghetite.