Una ventana grande y Libre, sobre el jardín, no es cosa baladí. Si tiene una enorme persiana de lamas de madera de mediados del siglo pasado, en principio, podría parecer una ventaja añadida. Poder tamizar y crear la vana ilusión de que se está a salvo del intrusismo. Cuando la mentada persiana está rota desde el principio del milenio y nadie se atreve a arreglarla y la voluntad de sustituirla por una moderna y funcional se ha ido diluyendo es hora de pensar en una solución, pues así abandonada a la desidia, no es más que una acumulación de polvo y suciedad.
Hubo que abrir el registro y sacarla, sin excesiva dificultad aun teniendo en cuenta su peso. Extraer el eje y su rueda, casi de ferrocarril trajo la dificultad añadida de resolver un conflicto. Que se resolvió. No hubo más que deshacer lo que una mente preclara construyera muchas décadas atrás: desmontar el eje articulado de madera maciza. Una humorada fatigosa llevo a este escribidor a desmontar todas las lamas, una a una, de la persiana, unas 40, bajo la esperanza de poder reutilizar su madera en otros proyectos.
Mientras las lamas reposaban el sueño de los justos, se procedió a limpiar el cajón de sedimentos seculares y a medirlo concienzudamente, pues una idea se iba forjando en el maltrecho, por la canícula de estos días de finales de julio; no se piensen otra cosa.
ordena en el cerebro,
y entre las sombras hace
la luz aparecer;
Evocando a Bécquer, la idea se plasmó en el papel por el amanuense que trazaba al dictado del intelecto que tuvo un atisbo de lucidez. Se encargó un despiece: contrachapado de varias de 10 milímetros, la madera humilde que adquiere su belleza y sus propiedades por la superposición de capas.
Se trabajó temerariamente en el taller al aire libre, batallando en desigual lid con el mosquito tigre, el común y quién sabe si tamaño ejército no fue reforzado por la mosca negra, aunque la común también acudía a festín.
Cuando todo estuvo mecanizado, se abandonó el campo de batalla y se decidió hacer el ensamblaje final en interiores, perturbando la paz familiar convirtiendo el salón-comedor en ebanistería de urgencia.
Se le dio un acabado a la cera, de patinar, tras unos tratamientos previos, que no desvelaremos
, pues tampoco la Coca Cola los desvela.
El resultado es el que mostramos. La vanidad, inherente a todo autor, otorgó el espacio central a las obras completas, aunque la mayoría inéditas, de quien les escribe.
Una librería con vistas. De noche.
El Morocho del Abasto.