L’APPARTEMENT DE LOLA-IV.
La damisela nos recibe a la entrada. Su casa, l’Appartement de Lola está terminada.
Los rectángulos dibujados en el murito bajo son puertas de armario, también bajo. Es principio y final de todo viaje. Su vacío será ocupado por maletas.
El salón es espacioso, diáfano y luminoso; muy luminoso, paradoja de un piso interior, sin fachada a la calle, pero sí a un enorme patio manzana. En este punto aún no han llegado los muebles ni tejidos de cortina. Los paramentos y el suelo se exhiben en toda su desnudez, sin las trampas de la decoración. Los complementos, el mobiliario, cuando lleguen, debieran, primero, procurar la comodidad de su moradora; segundo, realzar, nunca enmascarar el valor de su arquitectura sobria y elegante.
La cocina, por el contrario, vestida y totalmente equipada, pensada inicialmente en blanco, siguiendo el estilo general, rompe, sin embargo, la monotonía del albo con la calidez de la madera de haya natural en dos simpáticas y funcionales encimeras. La primera, amplia, entrando a la izquierda, es la acogedora mesa de los desayunos; al fondo, una pequeña sobre el armarito que custodia la máquina de lavar ropa, que, en aras de la brevedad, llamaremos lavadora.
La zona de trabajo, la bancada propiamente dicha, de un porcelánico gris, donde se alojan pilas y vitrocerámica, conduce la visual hasta la nevera de carátula naranja. Es capricho de dama. No hay muebles altos, así la campana extractora señorea el espacio sin rivalidad. El revestimiento ya descrito, gris neutro, llega hasta su nivel.
Queda enrasado, es decir, no superpuesto al resto del paramento que continúa hasta encontrar el techo que, en esa zona, descuelga de la altura general.
Este detalle, el enrasado, ha sido el lema y el horizonte de todo el proyecto. Zócalo enrasado con los paramentos, tapajuntas de las puertas enrasados, alicatados enrasados con el paramento pintado en aquellos en los que convergen los dos materiales. Es la guerra declarada al polvo acumulado negándole su vocación de asentamiento que, por añadidura, consigue una línea elegante. Es la firma del proyectista. Es el confort de la propietaria.
Volviendo al salón, circulando sobre el pavimento porcelánico de gran formato con reminiscencia a madera que cubre toda la vivienda sin excepción, volvemos a encontrar la madera de haya natural en la encimera, reverso del murito-armario-filtro de entrada.
He tardado tanto en escribir este artículo que, en el ínterin, ha llegado algo de mobiliario. Queremos destacar la mesa de madera de haya maciza con tablero alistonado en toda su longitud que hemos diseñado y construido especialmente para esta vivienda. Es una mesa polivalente tanto para el atelier de costura como para recibir invitados que se quedan a comer. Marca y delimita, de este modo la zona de paso dando un desahogo al salón. Así, caso de baile improvisado no hay que apartar los muebles.
Hasta aquí lo que los arquitectos gustan llamar, en su planificación, zona de día. Simplificación que no contempla la confusión de hábitos inherentes al ser humano: noches en vela, noches festivas en el salón.
Llegamos a un distribuidor en el que convergen cuatro puertas. La del salón, por la que accedemos y de las otras tres, vamos a desvelar el misterio. Justo enfrente a la ya mentada encontramos la del cuarto de baño. ¿Es zona de día, es zona de noche? ¡Ah! Si nos atenemos a las nuevas acuñaciones, propias de revistas de postín, hablaríamos de sala tecnológica, como también lo es la cocina. Pero según las designaciones clásicas, hablaríamos de baño de cortesía o de baño de invitados. Dejémoslo en baño de libre disposición.
Desde la entrada, nuestra visual se recrea en la bancada de mármol Macael con pila central bajo encimera. Sobre ella, el espejo, cuadrado perfecto, encastrado en el porcelánico delicado que reviste los paramentos no pintados. Los que sí lo están, su pintura color garbancito, bautizo de la damisela, crean la ilusión de continuidad.
El solado, como si tuviera voluntad propia aquí se permite el capricho de remontar la pared opuesta hasta morir contra una repisa de mármol; seguimos con el Macael. Este murito bajo abraza las piezas sanitarias, creando un recogimiento para aquellas funciones que no requieren más compañía que el propio pensamiento.
Enfrente, la ducha de generosa dimensión, está, a su vez, confinada por un murete que no llega al techo, a la espera de que llegue la transparente mampara que proteja de salpicaduras.
Volviendo al distribuidor, a la derecha hemos dispuesto una habitación que ocupa el espacio de la que fuera principal antes de la reforma. Conserva el aliciente de la puerta, ahora con buen acristalamiento, que recibe la luz inmensa de la mañana y franquea el paso a la terraza que comunica, a modo de secuencia de la Ventana Indiscreta todas las piezas que vuelcan al hitchcokiano patio de manzana.
El futuro de esta estancia queda abierto. Tiene duplicados los mecanismos eléctricos, permitiendo la orientación de la cama según convenga.
Llegamos a la reina de la noche, la habitación, ahora principal, en verdad una suite que reúne y acoge: dormitorio, estar, baño y vestidor. Asume el espíritu del boudoir de las damas burguesas y aún aristocráticas.
El boudoir no tiene un equivalente exacto en nuestro rico castellano, así que transcribiremos la entrada que le dedica un buen diccionario francés:
Petit salon, cabinet orné avec élégance, à l’usage particulier des dames et dans lequel elles se retirent lorsqu’elles veulent être seules ou s’entretenir avec des personnes intimes.
El equivalente español, tocador, se nos antoja pobre, así que ofrecemos la traducción:
Saloncito, gabinete (aseo, tocador) ornado con elegancia para uso de las damas, donde estas se retiran cuando quieren estar solas o despachar con personas íntimas.
Este boudoir, muy personal, presenta una pilita para las abluciones menos comprometidas sobre bancada del bello Macael, empotrada en los tabiques. Los espejos, según la firma del proyecto, se instalan, una vez más, encastrados. La puerta vítrea, rúbrica de este proyecto, que comunica con el baño para las contingencias más íntimas, una vez abierta y abatida, hace las veces de mampara de ducha.
Reivindico el boudoir al que toda dama debiera tener derecho y ay, del dichoso que alguna vez fuera recibido en semejante decorado.
Los sueños son míos; déjame soñar. (*)
Manuel Geómetra.
(*) Déjame, canción de Mari Trini.